Un Qué!!??
A veces, el
hombre del museo se dejaba llevar por su pasión, y no medía sus
actos. Algunas de las piezas que poseía, provenían de remates de
rezagos del Ejército Argentino. Desde fusiles Mauser, hasta balas de
obuses, bayonetas.
En cierta oportunidad,
corriendo los años setenta, llegó de Buenos Aires, portando –entre
otras cosas- una mira (óptica) de una pieza de artillería (obús)
Krupp, alemana, de alguna de las guerras mundiales, conseguida en
uno de esos remates. Ver a través de esa mira ya era todo un
espectáculo, con su óptica graduada para asegurar el blanco y los
increíbles aumentos de sus lentes, que ponían al alcance de la vista
los objetos más lejanos. Pero ni Pequi, ni sus hijos imaginaban el
resto de la historia: la mira era solo el adelanto de lo que
vendría. El hombre del museo había “señado” la pieza de artillería
completa! Para que Pequi –que no salía de su asombro- lo entendiera,
lo dijo más crudamente: había comprado un cañón! “un qué!!!!???”
dijo Pequi.
Entonces
vinieron las preguntas que sumergieron todo en un baño de realidad:
¿Por donde va a entrar al museo? ¿Vamos a tirar una pared abajo para
entrarlo? ¿Va a quedar en el jardín, o en la vereda, apuntando hacia
la plaza o la biblioteca popular? ¿O quizás hacia la municipalidad?
¿O su mira se dirigirá a la iglesia?
Esa vez, la
pasión del hombre del museo se vio frustrada por el sentido común.
La operación se anuló. Y el museo se quedó sin su artillería. Y los
transeúntes de la plaza Hipólito Irigoyen respiraron aliviados…
El Anillo Misterioso
El hombre del
museo seguía sumando continuamente piezas para su colección. Una
vez, compró a un señor italiano algunas monedas de oro, cadenas y un
par de anillos. Uno de los anillos –claramente una antigüedad- le
pareció que luciría mejor en la mano de su esposa que en el museo,
por lo que se lo dio para que lo usara.
Pero el aroma a
aventura que siempre acompañaba a este personaje, nuevamente se hizo
notar…
Un día en que
olvidó quitárselo para lavar los platos, sufrió un lamentable
accidente: el anillo se enganchó y se rompió. O aparentaba haberse
roto…
Mas que
romperse, el anillo parecía haber tomado vida propia para develar su
misterio.
En ese momento,
descubrieron que, en realidad este anillo misterioso ocultaba un
compartimiento secreto. Sin querer se había accionado un resorte que
abría en dos el aro y dejaba al descubierto una hendidura, como una
cámara, en la que tal vez se podía guardar alguna sustancia, quizás
un veneno o vaya a saber qué extraño elixir.
Esta vez, la
frustrada fue Pequi, pues sin dudas su anillo había dejado de ser un
objeto de ornamentación personal, para transformarse en una pieza de
museo rara y misteriosa.
El Hombre del Museo tiene nombre
En los últimos
años de su vida, en Realicó, muchos chicos lo conocían como “el
hombre del perro”, pues era habitual verlo caminando por la plaza,
luciendo su pequeña estampa que contrastaba con el fiel gran danés
que lo acompañaba y que lo lloró gimiendo lastimosamente cuando se
nos fue…
Ya no lo
llamaban “el hombre del Barato Roma”. La tienda ya no existía, y los
chicos ni la oyeron nombrar, a pesar de que fue un símbolo del
centro realiquense durante más de cuarenta años…
Pero tenía
nombre.
El
hombre del museo se llamaba Mohamed Díaz. Era hijo de un libanés y
de una calabresa…
Y era hijo de
Realicó, aunque hubiese nacido en Buenos Aires.
Y se llamaba
David ante la iglesia, ya que el santoral católico no tiene ningún
Mohamed.
Y se llamaba
Dahir para los familiares y los amigos íntimos
Y era nuestro
padre…
Cuando éramos
mas chicos y nos preguntaban el apellido, siempre alguien decía:
“ah, ¿sos hijo del hombre de la tienda?”
Pasados los
años, y a medida que crecía la pasión de Mohamed, la pregunta fue
cambiando:
“ah, ¿sos hijo
del hombre del museo?
Y eso nos
llenaba de orgullo. El sueño y la pasión de Mohamed se habían
instalado en su pueblo, y en otros pueblos de la provincia. Su
legado iba a permanecer en el tiempo. Su esfuerzo no había sido en
vano.
Patria Chica
fue declarado de interés municipal y provincial. En el caso de la
provincia, el interés se plasmó a través de una Ley, que fue
sancionada por la Legislatura de manera unánime por todos los
bloques que la integraban. En 1987 fue distinguido por el Ministerio
de Educación y Justicia de la Nación, que lo incluyó en la Guía de
Museos de la Argentina.
En 1988 ya eran
tantas las piezas atesoradas que fue necesario inaugurar una segunda
sala, mucho más grande: la Sala Don Ernesto, recordando al papá de
Mohamed. Y la vieja y querida salita de 1970 recibió el nombre de
Don Luis, en honor al papá de su esposa, Virginia (Pequi).
La sala Don
Luis está integrada mayoritariamente por armas, blancas y de fuego,
y una colección de mates de plata y rarezas marinas. Luego de la
partida de su fundador, se habilitó en esta sala un pequeño sector
en su homenaje, con objetos personales y fotografías, a fin de que
los visitantes conozcan a quien hizo posible esta obra.
La sala Don
Ernesto conserva la sección de taxidermia, antigüedades,
arqueología, paleontología, documentos históricos, rarezas y
billetes del mundo.
Con excepción
del sector en su homenaje, todo está conservado como Dahir lo tenía.
Tal como lo dejó, antes de partir el 20 de Marzo de 2002.
Sólo algo
cambió, ya no es sólo el Museo Patria Chica, ahora es el “Museo
Patria Chica de Mohamed Díaz”, y es el Museo de Realicó.
El hombre del
museo ya no está, ya no se incorporan nuevas piezas a su colección,
pero su familia sigue tratando de que su legado siga vigente,
manteniendo la gratuidad y la apertura del museo para todos. También
colaboran las autoridades, destinando personal para ayudar en la
conservación y limpieza de la colección. Y también colabora el
pueblo que lo vió construirlo, valorando y jerarquizando este
rinconcito de la historia y la cultura.
Sin decirlo, él
tenía en claro algo: “el mundo no es el que nos dejaron nuestros
padres, sino el que nos prestaron nuestros hijos… por lo tanto,
cuando partimos, debemos devolverlo mejor que cuando lo recibimos”.
Y lo hizo. Nos dejó su museo, y –lo más importante- nos dejó su
ejemplo.
El hombre del
museo también tiene su espacio en la plaza principal de Realicó.
Casi frente a la que fue su casa durante mas de 40 años, y sede del
museo, sobre calle Gobernador Centeno, se plantó un caldén en su
memoria: Está identificado con una placa tallada en madera por su
tercer hijo, que reza: “in memorian, Mohamed Díaz”.
A veces, es
posible ver a Pequi, cruzando la calle, despaciosamente, con una
jarra con agua en sus manos, rumbo a la plaza. Ella quiere
asegurarse que el caldén se mantenga fuerte y vigoroso, como la
memoria del hombre del museo.
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